Hablando con Josu de Solaun
Conociendo a nuestros artistasUna charla con, Josu
de Solaun, una pianista en
nuestro Festival
En esta edición de Alborada Clásica, tenemos el honor de presentar a Josu de Solaun, pianista español de renombre internacional y uno de los intérpretes más versátiles y profundos de su generación. Ganador de prestigiosos concursos como el George Enescu y el Iturbi, su carrera lo ha llevado a los escenarios más icónicos del mundo, dejando una huella imborrable con su virtuosismo y sensibilidad interpretativa. Desde esta edición el Festival tiene el honor de contar con él como artista residente.
En esta entrevista, de Solaun nos invita a explorar los desafíos y las alegrías de su carrera, la conexión entre la música y el alma humana, y su papel como embajador de la música clásica en el siglo XXI.
¿Cuál fue el momento exacto en el que decidiste que el piano sería tu compañero de vida?
Es realmente difícil precisar un momento exacto, porque mi relación con el piano fue y sigue siendo un proceso de descubrimiento constante, como una semilla que, una vez plantada, germina y crece de manera impredecible. Si tuviera que señalar un instante concreto que marcara el inicio de esta relación, diría que fue cuando tenía 8 años, en 1990. Ese año, mi familia hizo un esfuerzo colectivo inmenso para comprarme mi primer piano vertical (un Rösler checo) como regalo de primera comunión. Todavía recuerdo claramente el momento en que los transportistas llevaron el piano hasta nuestra casa. La emoción de verlo instalado en el salón fue casi mágica, una mezcla de asombro, gratitud y una intuición de que algo importante estaba ocurriendo. Pocas veces he vuelto a sentir una emoción tan pura e intensa.
Sin embargo, la conexión con la música había comenzado mucho antes, con la guitarra, mi primer instrumento, que empecé a tocar a los 4 años, en 1986. La guitarra tenía un carácter íntimo, cálido y casi doméstico, y a través de ella di mis primeros pasos en la música. Pero fue al empezar a tocar el piano, a los 7 años, cuando algo profundo e inexplicable se despertó en mí. Recuerdo cómo mis dedos parecían tener una conexión inmediata con las teclas, como si tradujeran directamente ideas abstractas e invisibles en sonido. Ese acto de transformar lo intangible en algo tangible, de dar forma a lo invisible, me fascinaba por completo, aunque suene ingenuo.
Con el paso del tiempo, el piano dejó de ser un simple objeto para convertirse en un confidente, un aliado inseparable en mis momentos de introspección y soledad. Se transformó en un espacio de diálogo interior, un espejo donde podía proyectar mis emociones más profundas y encontrar respuestas a preguntas que aún no sabía cómo formular. Quizá lo más revelador no fue tanto el acto de tocar, sino aprender a escuchar los silencios entre las notas, esos espacios que dicen tanto o más que el sonido mismo. En esos silencios descubrí que el piano no sería solo un acompañante temporal, sino un pilar esencial, uno de los varios centros gravitacionales de mi vida.
«La voz tiene un poder que trasciende lo sonoro: es comunicación pura, directa, visceral».
Aparte del piano, ¿qué otros instrumentos te fascinan?
Todos los instrumentos tienen algo único, una esencia que los hace fascinantes. Pero hay algunos que, por su capacidad expresiva, me tocan de una manera especial. La voz humana, por ejemplo, no es un instrumento en el sentido tradicional, pero es, sin duda, la raíz de toda expresión musical. La voz tiene un poder que trasciende lo sonoro: es comunicación pura, directa, visceral. Su capacidad de transmitir emociones de manera inmediata es incomparable. De hecho, todos los instrumentos buscan, en cierto sentido, imitar su calidad primigenia. Es la gran esfinge, el modelo que inspira y desafía a todo músico.
El violonchelo también ocupa un lugar especial en mi imaginario musical. Su calidez y su registro, tan cercano al de la voz humana, lo convierten en un instrumento profundamente conmovedor. Es capaz de expresar tanto melancolía como júbilo con una naturalidad casi milagrosa. Por otro lado, el órgano, con su monumentalidad, me impresiona por su capacidad de abarcar desde lo divino hasta lo terrenal. Es un instrumento que respira historia, arquitectura y espiritualidad, una especie de catedral sonora.
Siento también una gran admiración por instrumentos menos conocidos pero profundamente evocadores, como el koto japonés, el duduk armenio o el santur persa. Estos instrumentos, tan ligados a las raíces culturales de sus respectivas tradiciones, tienen la capacidad de transportarnos a otros mundos, a otras épocas. Cada nota que emiten parece llevar consigo una memoria ancestral, un eco de la historia y la geografía de sus pueblos.
Finalmente, no puedo dejar de mencionar el violín, el oboe y la guitarra. Con el violín tengo una relación especial, ya que es el instrumento con el que más he convivido en el contexto de la música de cámara. Su capacidad de cantar, de llorar, de narrar historias, lo hace único. Y la guitarra, mi primer amor musical, sigue siendo un refugio emocional, un viejo amigo al que siempre puedo volver.
«vivimos en una época donde se ha fetichizado el sonido, convirtiéndolo en un fin en sí mismo, cuando en realidad es solo un medio»
¿Qué artistas o músicos de toda la historia, intérpretes o compositores, has admirado más hasta este momento de tu vida?
Es difícil limitarse a una lista, pero si tuviera que destacar algunos nombres esenciales, comenzaría con Wilhelm Furtwängler, Alfred Cortot, Vladimir Horowitz, Sergei Rachmaninov y Sergiu Celibidache. Cada uno de ellos, a su manera, ha sido una brújula en mi búsqueda musical.
Furtwängler, muy en particular – su interpretación trasciende lo técnico para adentrarse en lo enigmático y lo infinito. En su visión, el tiempo musical no es una mera sucesión de instantes, sino un espacio vivo, donde las notas respiran y se relacionan en un tejido orgánico. Cortot, por su parte, representa la poesía pura, la capacidad de tejer narrativas musicales que trascienden lo racional y tocan lo más profundo del ser humano.
Horowitz y Rachmaninov son figuras fundamentales en mi desarrollo como pianista. Horowitz, con su capacidad para conjugar lo mágico – era casi como un hechicero – con lo introspectivo, me inspira cada día. Y Rachmaninov, no solo como pianista sino también como compositor, es un ejemplo de cómo la mall llamada “técnica» y la mal llamada “emoción” pueden coexistir en perfecta armonía, ya que son disyunciones falsas y capciosas.
Entre los intérpretes que admiro también están Glenn Gould, cuya aproximación al piano y a la música me marcó profundamente en mi infancia, e Ignaz Friedman, Benno Moiseiwitsch, Dinu Lipatti, Edwin Fischer y Bruno Walter, cada uno de ellos una fuente inagotable de inspiración.
En cuanto a compositores, la lista es interminable: Josquin, Alonso Lobo, Palestrina, Victoria, Bach, Mozart, Haydn, Chopin, Debussy, Janáček, Schumann, Brahms, Prokofiev, Rachmaninov, Beethoven, Fauré, Scarlatti, Wagner, Bruckner y Mahler. Desde la introspección poética de Chopin hasta la monumentalidad visionaria de Mahler, cada uno de ellos ha dejado una huella indeleble en mi vida musical.
En el piano, ¿la voz de un pianista se puede asemejar a su sonido al tocar? ¿Se puede apreciar el sonido de un pianista en disco?
Sin lugar a dudas, el sonido de un pianista es una extensión directa de su personalidad. La “voz” de un pianista no reside únicamente en su “técnica», sino también en su carácter, en su sensibilidad, en su forma de comprender y tejer la música.
Sin embargo, también creo que vivimos en una época donde se ha fetichizado el sonido, convirtiéndolo en un fin en sí mismo, cuando en realidad es solo un medio. La música es mucho más que timbre o Klang; es un drama de tonos, un diálogo entre alturas y relieves. Es una altiplanicie, una topografía, una orografía – un mar de olas incesantes. Centrarse únicamente en el sonido puede llevar a un ensimismamiento peligroso, a una desconexión con lo esencial de la música – el melos.
Un disco puede capturar una parte de esa voz, pero nunca será lo mismo que la experiencia en vivo. Como decía Celibidache, la música en vivo es un fenómeno único, irrepetible, que existe en un tiempo y un espacio determinados. Sin las armónicas naturales y el contacto directo con el melos, es difícil captar la esencia completa de una “interpretación».
«Un pianista que se limita a la llamada “técnica» corre el riesgo de reducir su arte a un ejercicio vacío».
Hoy en día, ¿es más importante para un pianista ser un virtuoso técnico que un intérprete profundo y cultivado? ¿Pueden coexistir ambos?
La llamada “técnica» es, sin duda, esencial. Sin ella, es difícil articular una visión musical clara o transmitir las emociones más complejas que una obra puede contener. Sin embargo, creo firmemente que la técnica no es un fin en sí misma, sino una herramienta al servicio de algo mayor. Un pianista que se limita a la llamada “técnica» corre el riesgo de reducir su arte a un ejercicio vacío, como un escritor que domina el vocabulario pero carece de ideas o propósito.
Cuando la técnica y la profundidad interpretativa coexisten, se produce algo verdaderamente transformador. Pienso en pianistas como Horowitz o Rachmaninov, quienes poseían un virtuosismo asombroso, pero siempre al servicio de una visión musical profundamente personal. Sin embargo, al final del día, filosóficamente, el dilema entre técnica y profundidad es, en mi opinión, un falso dilema, una disyunción equívoca: tertium non datur. Ambos elementos no solo pueden coexistir, sino que deben hacerlo. No se pueden separar. Es un dualismo ficticio, una disyunción capciosa que fragmenta innecesariamente una realidad que, en el fondo, es una unidad conjugada.
Fuera de la música clásica, ¿qué otras músicas te interesan?
La música no conoce fronteras, y eso es algo que me fascina. Fuera del ámbito de lo mal llamado “clásico», siento una profunda admiración por el jazz, el flamenco y las músicas folclóricas de diversas culturas.
El jazz, en particular, me ha enseñado a escuchar y a responder al momento presente. Su carácter improvisatorio y su capacidad para mezclar influencias de diferentes tradiciones lo convierten en una música única. El flamenco, por otro lado, me conmueve por su visceralidad, por la intensidad emocional con la que aborda tropos universales como el amor, el duelo y la celebración de la vida. Es una música que parece surgir directamente de las entrañas.
Las músicas folclóricas, desde las baladas celtas hasta las melodías balcánicas o las escalas orientales, me conectan con algo ancestral, algo que trasciende el tiempo y el espacio. Son un puente hacia nuestras raíces más profundas, un recordatorio de que, en esencia, todos compartimos algo.
También encuentro una belleza singular en el minimalismo contemporáneo, especialmente en la obra de compositores como Steve Reich o Arvo Pärt, quienes encuentran lo extraordinario en la simplicidad y la repetición. Estas músicas me enseñan a escuchar de manera diferente, a encontrar significados ocultos en lo aparentemente simple.
«Improvisar es el tramo oral de música – un acto de entrega y honestidad».
Sabemos que eres un gran improvisador. ¿Qué sensaciones te produce hacerlo? ¿Es un modo de autoconocimiento valioso para la interpretación y la composición?
Improvisar es el tramo oral de música – un acto de entrega y honestidad. Para mí, es como abrir una ventana a mi subconsciente musical. Es un momento de exploración pura, en el que cada nota parece surgir de un magma primordial, de patrones ancestrales que conectan con algo más grande que nosotros mismos.
Sin embargo, improvisar no es simplemente ser “libre”. Es, paradójicamente, un acto de rendición. En la improvisación, no soy yo quien controla la música; es la música quien me guía. Es un acto de fe.
También creo que la improvisación es una herramienta invaluable para las mal llamadas “interpretación” y la “composición». Te enseña a escuchar en tiempo real, a dialogar con el momento presente, a estar completamente inmerso en el “ahora”.
¿Cuál ha sido la obra más grande y difícil en todos los aspectos a la que te has enfrentado como pianista en el ámbito clásico?
Sin duda, la música para piano de George Enescu ocupa un lugar especial en este sentido. Su obra combina una densidad armónica y una complexidad interna que requieren una atención extrema al detalle, pero también una sensibilidad lírica y emocional que desafía constantemente.
Enescu tenía una capacidad única para fusionar muchas hilos, rlo folclórico con lo académico, lo terrenal con lo celestial. Cada nota, cada frase parece estar impregnada de una historia, de algo l que trasciende lo puramente musical. Hacer música con sus partituras no es solo un ejercicio técnico, sino una inmersión en un universo rico, enigmático y rebosante de significados y matices.
«España es, en muchos sentidos, un poema hecho país, un lugar donde cada rincón tiene algo que enseñar al alma.«
¿Qué opinas de las grandes salas o auditorios actuales? ¿Cuáles son en tu opinión las mejores del mundo para un recital o para tocar con orquesta? ¿Y como público? ¿Tienes un público querido en especial?
Aprecio las grandes salas de concierto por su capacidad de reunir a un público amplio y diverso, pero siento una afinidad especial por los espacios más pequeños e íntimos, como iglesias o salas históricas. Estos lugares tienen una atmósfera única, una conexión casi palpable con la historia que han albergado a lo largo del tiempo.
Entre las grandes salas, mi favorita es el Ateneo de Bucarest. Su acústica, su belleza arquitectónica y su historia la convierten en un lugar verdaderamente especial. Es un espacio donde cada nota parece resonar con un eco de lo sublime, un lugar que inspira tanto al intérprete como al oyente.
En cuanto al público, tengo un aprecio particular por el público alemán. Su amor por la música es profundo y sincero, y escuchan con una atención y un respeto que siempre me conmueven. Esto no significa que no valore a otros públicos, pero hay algo especial en la relación que los alemanes tienen con la música, una seriedad y una devoción que encuentro profundamente inspiradoras.
Describe en una o dos palabras qué dirías de España como país, como pueblo.
Pasión y resiliencia. España es un país que vive intensamente, donde cada aspecto de la vida —la luz, el sol, la comida, la música, las relaciones humanas— se experimenta con una intensidad única. Hay algo profundamente dramático en la forma en que los españoles enfrentan la vida, un sentido de urgencia y autenticidad que impregna todo lo que hacen.
Como país, España ha sido una de las grandes forjadoras de la cultura occidental. Ha dejado un legado inmenso en la literatura, la pintura, la arquitectura y, por supuesto, la música. Pero más allá de su contribución cultural, España tiene un espíritu que es difícil de describir con palabras: una capacidad de renacer de sus propias cenizas, de resistir las adversidades y encontrar belleza incluso en los momentos más oscuros.
Como pueblo, los españoles tienen un ansia de libertad y una independencia de espíritu que los define. Son apasionados, creativos y profundamente humanos. España es, en muchos sentidos, un poema hecho país, un lugar donde cada rincón tiene algo que enseñar al alma. Un país que detesta ser esclavo de nadie y de nada.
¿Qué significa para ti ser artista residente del festival Alborada Clásica desde tu primera actuación en 2023? ¿Participar en un festival como Alborada Clásica?
Ser artista residente de Alborada Clásica es un honor inmenso y, al mismo tiempo, una gran responsabilidad. Este festival no es solo un escaparate de talento musical; es un punto de encuentro, un lugar donde la música tiene el poder de transformar un espacio, una comunidad, y unir a las personas a través de una experiencia compartida.
Desde mi primera actuación en 2023, he sentido una conexión especial con este festival. Hay algo profundamente humano en la forma en que está concebido, una calidez y una autenticidad que lo hacen único. Participar en Alborada Clásica es mucho más que subir al escenario; es formar parte de una conversación más amplia sobre lo que la música puede significar en nuestras vidas.
¿Qué puede aportar un festival internacional de invierno como Alborada Clásica a la costa tropical andaluza?
Un festival como Alborada Clásica es una fuente de luz en los meses más oscuros del año, tanto literal como metafóricamente. Ofrece a la Costa Tropical Andaluza no solo una plataforma para la música clásica de alto nivel, sino también un espacio donde lo local y lo global se encuentran. Es un puente que conecta la riqueza cultural de Andalucía con la universalidad de la música clásica, creando un diálogo entre lo particular y lo universal.
Además, este festival tiene la capacidad de enriquecer tanto a los artistas como al público. Para los artistas, es una oportunidad para compartir su trabajo en un contexto íntimo y significativo. Para el público, es una invitación